Muchas familias detectan por primera vez signos de discapacidad intelectual en la primera infancia, cuando los hitos del desarrollo llegan más tarde de lo esperado, como las primeras palabras, las frases sencillas o la resolución de problemas durante el juego. Los médicos suelen sospecharlo por revisiones rutinarias o informes de educación infantil que muestran retrasos en el lenguaje, en el aprendizaje de conceptos básicos (números, colores) o en habilidades cotidianas como vestirse, alimentarse o seguir instrucciones simples, a veces junto con hipotonía (tono muscular bajo) o inicio tardío de la marcha. Para muchos, las “primeras señales de discapacidad intelectual” se hacen evidentes cuando el aprendizaje y las habilidades adaptativas no avanzan al mismo ritmo que en los compañeros, lo que lleva a una evaluación que incluye pruebas del desarrollo, audición/visión y, a veces, estudios genéticos.